No negociable

Negociamos por la vida. Así dijo el Presidente refiriéndose a cómo se resolvió el conflicto de La Planta. En algún medio desapareció la preposición por como si se hubiera negocia do la vida. Pero no, la vida no se negoció, se negociaron muchas otras cosas a favor de la vida. Por lo menos eso dio a entender el jefe del gobierno. Afirmación rotunda si prescindimos de un cierto guiño publicitario y abstracto. Si hay algo que no se puede negociar nunca y en ningún sitio es la vida de cualquier persona, inocente o culpable que sea. Sin embargo, es necesario precisar que cuando se trata de violencia, de lugares donde reina soberana la muerte como cualquiera de nuestras cárceles, lo que está en juego no es la vida en generalidad y abstracción sino las vidas. La distinción se me antoja fundamental. La vida puede ser tema teórico de los intelectuales y retórico de los políticos; las vidas tienen la concreción de lo real existente que se ve, se oye, se toca y hasta se huele. Las vidas son la presencia ineludible de los otros que interpela la conciencia y exige el compromiso de cada cual según su ubicación, poder y recursos en el mundo de los hombres. Son vidas bien materiales, densamente humanas, las que en esos cementarios de hombres vivos, como con precisión llena de sentido los nombran quienes en ellos malviven al borde de la muerte, penden, sin protección alguna, del poder que, sin negociación, el Estado venezolano ha abandonado por culpable incosciencia de quienes lo han ejercido y lo ejercen y el delincuente más atrevido, más violento o simplemente más vivo ha recogido del piso para ejercerlo con totalitaria eficacia y mantenerlo con sangrienta dureza y arbitrariedad. Parece mentira, pero en esto hay un progreso. ¿Se pudiera decir una mejora? El hecho es que el poder que el pueblo le dio y le da al Estado para que lo ejerza en defensa de las vidas de todos, hace mucho que huyó de...

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