¡Yo no sé!

Apenas ayer, hace 40 años, yo tenía 12 años. Mi familia estaba dividida. Mi pa dre, un empleado que había perdido el trabajo en una empresa tomada, se había vuelto antiallendista. Mi madre, ese día, estaba pegada a la Radio Magallanes escuchando la despedida del presidente Salvador Allende y lloraba.Maravillosas personas ambas: mi padre momio apoyaba a la oposición contra Allende y mi madre upelienta partidaria de la Unidad Popular. Gracias a esa división interna, en mi casa se leían todos los días los diarios El Mercurio de oposición y El Siglo oficialista.Siento todavía el sonido atronador de los aviones HawkerHunter cruzando el cielo de la zona oriente en dirección a la avenida Tomás Moro, y veo a nuestros vecinos descorchar las botellas de champagne. En mi casa reina un silencio sepulcral, todavía escucho dentro de mí ese silencio.Cuando la macrohistoria en tra en nuestras vidas, lo hace de golpe, sin aviso. A la in trahistoria concepto acuñado por Miguel de Unamuno para designar las vidas de los ciudadanos comunes y corrientes, los que no están en la primera línea, sólo le queda entonces acatar el absurdo y muchas veces el horror, resignarse a ser la platea o la carne de cañón del gran relato escrito por otros en representación nuestra.Recuerdo la primera vez que escuché el nombre Pinochet, la primera vez que oí su voz tan característica. Pinochet.¿Quién es Pinochet?, le pregunté a mi madre, que seguía en silencio como si todo fuera un sueño los vertiginosos acontecimientos de afuera: Un traidor que se pasó a último minuto al otro bando. El salvador del país, sentenció a su vez mi padre.¿Pero de dónde venía el gene ral Augusto Pinochet? ¿De qué rincón del inconsciente chileno, de qué profundidades de un Chile que hasta entonces desconocíamos? ¿No viene Pinochet de adentro de nosotros mismos? Mi madre quiere ir al centro a defender al presidente constitucional. Cree que el pueblo saldrá a las calles a resistir.Mi padre la detiene, le muestra que no hay tal resistencia, que están sacando el cadáver del presidente Salvador Allende envuelto en una manta, que todo se acabó. La soledad total de Salvador Allende en La Moneda envuelta en llamas es tal vez la imagen más impresionante que retengo de ese día.Mi padre...

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