De nuevo: Pastoral Americana

Pensar a Philip Roth equivale a resolver al nudo de cómo elogiar a Philip Roth: qué de cir de quien debe ser el más laureado ha ganado todos los premios literarios más importantes en Estados Unidos y en Europa, el más desentrañado, el más polémico, el más admirado entre los escritores americanos vivos. Volver a leer Pastoral americana regresé a ella el pasado mes de marzo, tentado por la perfección del volumen azul cobalto y gris de la edición de Galaxia Gutenberg, cuya portada luce un imponente retrato de Roth, y que reúne la llamada Trilogía americana equivale, al me nos para mí, a abandonarme a Roth: hacer caso omiso de mis urgencias y asignaciones pendientes; sustraerme al rumor de las otras lecturas; todos mis sentidos volcados, succionados, jalados por la historia de Swede Levov. Comenzaré por esto: leer a Roth es una experiencia de la corporeidad: Roth escribe desde una disposición que es mental y física. Avanza hacia el lector. Con pericia infatigable, con un vigor que no se interrumpe, narra. Narra en la proximidad. Como si estuviera demasiado cerca. Porque Roth cerca al lector. Levanta los paneles de su historia desde adentro. Llega un punto donde estás rodeado e imbuido. No sólo conectado a su trama, sino dispuesto a escuchar los sutiles sonidos de sus disquisiciones: Roth es un maestro de la disquisición. Para convertir a sus personajes en personas reconocibles, a veces procede por afirmación, pero otras por sintonización: hace afirmaciones extremas que luego va ajustando hasta encontrar ese punto donde el lector siente que se ha reconciliado, porque el escritor finalmente le ha develado el alma, el quid del personaje. Pero la cuestión de la corpo reidad no se limita al carácter que tiene su prosa como cosaque-se-ofrece-al-lector como se ofrece una fruta abierta, ya despojada de casi de todas sus incógnitas, salvo el secreto de su sabor: Roth es el narrador del cuerpo. El celo que invierte en dotar a sus personajes de una condición corporal, tarde o temprano, una y otra vez, cristaliza en sus historias. Quiero decir: uno de sus rasgos diferenciadores es su talante para que las historias en carnen alcancen un hito en el cuerpo de sus protagonistas. Allí donde Ernst Hemingway fue a menudo un maestro del gesto de incalculable potencia sugestiva; o donde John Cheever permanece imborrable en escenas donde el dolor humano se hace visible en la renuncia o el silencio; así Philip Roth debe ser el más incombustible, relampagueante y...

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