Nuevos referentes

En muchos libros, tuits o artículos de opinión, siempre nos topamos con la desgastada frase: no puede haber democracia sin partidos políticos. Es así, no podemos pensar en un régimen que se precie de ser democrático si este no cuenta con instituciones partidistas que lo sustenten y que lo impregnen de vitalidad. En nuestro país somos fieles a esa noción, pero desde tiempo acusamos una intensa fatiga con las organizaciones políticas con las que nos vinculamos activa o pasivamente. Nos gusta la idea de que haya partidos y los valoramos como necesarios, pero no pensamos exactamente así de los que tenemos. En 1992, un estudio hecho en nuestro país por el estadounidense David Myers ya registraba claros indicios de este malestar. En su investigación demoscópica, mostró un dato revelador: un 40% de los venezolanos consultados expresó que la mejor alternativa era tener una democracia sin los partidos políticos de aquel entonces. La crisis partidocrática seguía exhibiendo claros síntomas pues en 1998 otro estudio académico Âefectuado por la Redpol demostró que un 58% del electorado estimaba que los partidos no tenían arreglo y que un 57% no tenía ninguna confianza en ellos. La principal crítica para una inmensa mayoría del 79% se fundaba en lo siguiente: esos grupos sólo se ocupan de ganar elecciones y nada más. En 1999 y con el advenimiento de otra época, los viejos pilares, AD y COPEI, atravesaban su peor momento. Un 69% indicó que no volvería a votar en el futuro por los blancos y un 79% tampoco lo pensaba hacer más nunca por los verdes. Todo un caldo...

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