La obsesión por entretenerlos

Empieza como un suspiro hondo, lastimero, desesperanzado. Los hombros caídos y los pies inquietos. A veces se acompaña de una carita suplicante de gato con botas y otras con la actitud de un rockstar que se descubre solo -sin fans, sin estruendo, sin adrenalina- en el foso de la miseria. La estocada final está compuesta por la cabeza ladeada y la trompita inminente que sentencian la debacle. "Mamá, estoy aburrido" (elevar efecto al cuadrado si una segunda vocecita añade "yo también, maaami"). Ésa, lapidaria, es frase suficiente para bajarle la tensión a más de un adulto, ansioso de hacer lo que sea para que su prole recupere la alegría de vivir. Es la misma expresión que a la mayoría de nuestros padres, básicamente, les resbalaba como la mantequilla sobre el teflón caliente. "Vaya a ver si el gallo puso". "Busque oficio", dirían las abuelas, muertas de risa. En un ejercicio de memoria, habría qué plantearse cuántas veces vio uno a sus propios padres angustiadísimos por no saber qué hacer para entretenernos. Seguramente serán pocas en comparación con los exhortos a jugar por cuenta propia, o con un par de ideas al vuelo -no vinculantes- que poco tenían que ver con una agenda demasiado premeditada o impuesta. "Muchos padres de ahora caen en pánico cuando el niño les dice que está fastidiado y lo asumen como si el aburrimiento fuera una enfermedad muy grave que ellos tienen que curarle. Incluso algunos sienten que el niño los está juzgando por no tenerle algo planificado", explica el pediatra y psicólogo infantil Juan Nascimento. "Los psicólogos en parte tenemos la culpa de eso. Los papás leen mucho más sobre la crianza que antes y el mensaje que les hemos transmitido es que a los muchachos hay que estimularlos todo el tiempo e inscribirlos en mil cosas para que sean activos y exitosos. Lo que no ha quedado muy claro es que hay límites. Aunque la intención sea muy noble, uno como papá no puede ni debe resolverles la vida todo el tiempo, y eso incluye, entre otras cosas, el entretenimiento", opina la psicóloga infantil Beatriz Manrique. La experta añade también otra realidad: los adultos están exhaustos y colmados de trabajo. Con poco tiempo para compartir, muchos se convierten en genios de lámpara para conceder deseos. A la vez, el presupuesto familiar tampoco resiste tanto cine, hamburguesa, carritos chocones, videojuegos y clases de fútbol-inglés-guitarra-natación. "El remordimiento y la culpa facilitan que los niños manipulen para conseguir...

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