Las ofrendas de Ilan Chester

Ilan Chester espera en el lobby del hotel Eurobuilding. Se sienta muy cerca de un piano de cola negro, quizá buscando cierta familiaridad. Con él está Merci Mayorca, que ha sido su compañera de aventuras desde hace más de una década y que fue la encargada, entre otras cosas, de procesar y seleccionar el material visual para el espectáculo Tío, que llegará el fin de semana al Teatro Teresa Carreño.

Hace 13 años, el cantautor dejó a un lado sus propias composiciones y cruzó un umbral inesperado. "Yo estaba despedido. Pensé en ausentarme de los escenarios, ¡pero de la música nunca! Y retomé una idea que me propuso Orlando Montiel en 1985: que hiciera música tradicional a mi manera. Quería algo de bajo perfil, pero el material llegó a manos de Peter Bottome y otros personeros de la industria discográfica y comencé a recibir llamadas. Se armó tal escándalo que todavía siguen jugando con el asunto de que me despedí varias veces. Yo sabía que iba a haber un vacilón con eso, y sí lo hubo".

Las bromas son microscópicas si se consideran las producciones que surgieron. Lo primero en llegar fue el Cancionero del amor venezolano (1998), que le abrió paso a una segunda y tercera parte. Después de los álbumes Ofrenda para un niño, Corazón navideño e Ilan canta onda nueva, parecía que la guinda del pastel era Tesoros de la música venezolana, un compilado de seis discos que se llevó un Grammy Latino en octubre de 2010. Pero no. Quedaba una materia pendiente.

Un corazón blando.

Frente al músico hay un plato con sobras de frutas y un cambur intacto. "¿Qué va a decir la gente? ¡Uno en un hotel cinco estrellas dejando este desastre!". El artista se ríe, mientras recuerda sus inicios, no sólo en Way, Melao y Azúcar Cacao y Leche, sino también en Ananta, un proyecto más conceptual y psicodélico Ârock al fin que lideró en Londres cuando se aproximaba la década de los años ochenta.

Los días roqueros son para Ilan Czenstochouski Schaechter, ahora de 58 años de edad y padre de siete hijos, "muy musicales", fuente de divertidas anécdotas. Pero esa faceta entró en un largo proceso de hibernación, por lo menos desde el punto de vista discográfico.

Cuenta que era un chico de 12 años cuando su padre lo llevó a un recital de Simón Díaz en San Bernardino. "Sólo con un cuatro, cantando aquellas tonadas, me cautivó de una manera impresionante. No es fácil generar semejante impresión en un niño travieso. El canto de ordeño trasciende toda etnia, límite geográfico y...

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