Once tipos: la nueva práctica del museo

Éramos felices... y no lo sabíamos. La popular expresión, tan repetida en la actualidad, funciona particularmente bien en lo que se refiere a la experiencia cultural que vivió Venezuela desde comienzos de los sesenta hasta finales de los noventa, un pasado que ya no luce tan reciente y que recordamos con nostalgia. Sin embargo, el contraste entre la confusa situación vigente en la cultura oficial y la riqueza de la actividad de nuestros jóvenes artistas sugiere que la cultura en Venezuela existe independientemente de los avatares de la política, aunque a un ritmo no tan febril como cuando orquestas, museos y compañías de danza competían a muerte por los espacios de las carteleras dominicales. Hoy en día la persistencia de un vigoroso movimiento plástico joven con referencias mucho más globalizadas, pero enraizadas en las tradiciones locales y en el comentario de nuestra profunda crisis social, nos habla de una vocación de continuidad que sugiere la pertinencia de revisar aquellos años. En la historia de los movi mientos plásticos en Venezuela notamos un cambio significativo en cuanto a orígenes y dinámicas. Desde los años cuarenta y cincuenta los artistas irrumpieron frecuentemente en la escena artística mediante movimientos artístico-literarios característicos de la época en Venezuela y también en otros países de América Latina. Surgieron luego, desde la plataforma de las instituciones museísticas, expresiones que dominaron el acontecer artístico hasta final del siglo. No solamente los museos públicos, liderizados por la gestión fundacional de Miguel Arroyo en el Museo de Bellas Artes, sino también instituciones privadas como el Ateneo de Caracas, la Fundación Eugenio Mendoza y galerías como Estudio Actual y Adler-Castillo: extraordinario ecosistema sin el cual es imposible desarrollar la narrativa del arte venezolano del período. Entre aquel sistema de instituciones surgió, espontáneamente, una suerte de especialización que balanceaba vocaciones e intereses --no siempre sin algún conflicto o abierta competencia-más allá de las propias definiciones institucionales. En este contexto, la Sala de Ex posiciones de la Fundación Eugenio Mendoza dibujó el perfil que la ha caracterizado hasta hoy: espacio expositivo de primera línea, abierto a los artistas más jóvenes y a las propuestas más novedosas y arriesgadas. Y en particular la primera edición de Once tipos fijó en la conciencia de la comunidad cultural el importante papel que la Sala...

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