Lo que sé de Ortega

Los cursos de Ortega y Gasset eran un acontecimiento estelar en la Universidad de Ma drid, capaces de provocar trifulcas entre los asistentes y la roncha de sus colegas. No solo asistían los alumnos admitidos en el programa de Filosofía, sino también los que se enteraban de la presencia de un hombre con cosas qué decir en un ambiente de incertidumbre. Una legión de muchachos se apresuraba a ocupar los pupitres, para no tener que escuchar las lecciones colgados de la ventana por el descuido de no llegar a tiempo. El alboroto cesaba cuando el maestro abría un cuaderno grande forrado en cuero, lleno de anotaciones que leía o comentaba con tono cansino y sin matices. No procuraba ganancia de prosélitos, sino hablar sobre lo que pasaría en España según sugería el talante de una sociedad, apuntaba él, colocada desde sus orígenes en las faldas de un volcán.Nadie abría la boca ante la presencia de Ortega. Quizá ciertos colegas venerables, pero solo ellos. Muchos de los catedráticos, arrinconados por su prestigio y pobres de alumnado, no lograban explicar el imán de quien no se distinguía por nada revolucionario que le concediera lugar exclusivo en el teatro de la cultura, mucho menos por los atractivos del verbo o por una presencia física imponente, pero seguían en su rincón para contemplar el paso del afortunado conferencista secundado por una caravana de admiradores y lectores. Era más venenosa la envidia que generaban los jóvenes a quienes convocaba para hablar a solas en la meseta castellana, colegas o discípulos predilectos con quienes quería discutir sin el testimonio de las multitudes: Zubiri, Gaos, García Morente y María Zambrano, por ejemplo, quienes se limitaban a escucharlo sin chistar y se regodeaban en el hermetismo de no decir a los excluidos lo que discutían con don José. Pero a veces alardeaban, al afi rmar que cruzaban palabras sobre lo que había sucedido con toros y toreros en la plaza monumental. Volapié fulminante para los curiosos defraudados, que no entendían cómo un letrado formado en Alemania se entusias mara por los trincherazos de un tocayo vestido de luces.Los textos de divulgación en la prensa y sus anuncios sobre una inminente crisis de la sociedad lo llevaron a la política activa. Hizo entonces lo...

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