El país político

¿Cómo andan las cosas en la oposición? ¿Está a la altura de las urgencias del país? Son preguntas que circulan a diario, pero que se hacen en conversaciones privadas sin que ocupen las páginas de los medios. No sólo porque a veces las informaciones sobre las vicisitudes de la MUD parecen exageradas, sino porque simplemente cualquier crítica se considera como una conjura contra los esfuerzos desinteresados de quienes se han echado sobre los hombros la tarea de librarnos del mal gobierno. No se puede levantar la voz contra esos prohombres a quienes se adjudica de antemano una conducta intachable, se dice con frecuencia para evitar la proliferación de reproches.

Pero así como la prensa independiente se ocupa de criticar al Gobierno, también tiene la obligación de detenerse en los defectos de quienes viven en la otra orilla. De allí la necesidad de llamar la atención sobre ciertas conductas que vienen estorbando un camino que, desde la perspectiva de los escollos que debe desafiar, requiere decisiones capaces de establecer posiciones prometedoras ante el ventajismo del régimen. Algunas de ellas se comentarán a continuación.

La persecución irrefrenable de un cargo, aun en el municipio más modesto, en primer lugar. Cualquiera tiene el derecho de buscar su puesto bajo el cielo de la política venezolana, pero de allí a matarse por un cargo de alcalde o por una silla de concejal hay mucho trecho: el que distingue la preocupación por los problemas de la república de las apetencias individuales.

El tramo que los requerimientos personales convierten en angosto sendero que no conduce a nada. Cuando se desarrolla un combate por los cargos más nimios...

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