Una parcelita en el Panteón
Hace algunos años, cuando aún los graffiti no eran considerados
manifestaciones de arte urbano y dos virtuosos del spray, que se
hacía llamar Oso y Tucán, se disputaban las paredes del este
capitalino con irreverentes alusiones a flatulencias cardenalicias
o llamadas a las feministas para que se liberaran orinando de pie,
apareció un mensaje pidiendo la inhumación inmediata en el
recinto sepulcral reservado a los próceres de quien, para los que
creían encarnar la decencia bien pensante del país, era el más alto
exponte de las letras nacionales, el más visible de los amigos
invisibles y el más notable de los notables: "¡Úslar al
Panteón...ya!", rezaba el insolente mensaje que suscitó más
indignación que sonrisas.
No vamos a profundizar aquí sobre los méritos del autor de Las
lanzas coloradas para ocupar un nicho en el olimpo de los hacedores
de patria. La anécdota viene a cuento en ocasión del traslado a esa
última morada de los restos de Fabricio Ojeda, cuyos merecimientos
debieron ser discutidos por la Asamblea Nacional.
Ya Hugo Chávez, preparando acaso el terreno (o el foso) para su
inmortalización, hizo sepultar en la antigua iglesia de la
Santísima Trinidad - transformada en Panteón Nacional por
disposición de Guzmán Blanco - el inexistente cuerpo del cacique
Guaicaipuro, paso previo a su propósito, como albacea de la gloria
bolivariana, de compartir espacio con el Libertador en el
mausotreto ad hoc diseñado por Farruco Sesto, iniciativa que por
ahora y fortuna no se ha materializado. Después de esa farsa, es de
esperar que un movimiento -el PSUV- especializado en improvisar
mártires y héroes de papel agote las plazas disponibles de esa casa
mortuoria antaño muy respetada por lo venezolanos y hoy objeto de
críticas, cuando no de chercha.
Nada de extraño tendría que más temprano que tarde sean allí
catapultados por cuestionables atributos, y respaldados por
biografías amañadas, gentes como Danilo Anderson, Lina Ron, Eliécer
Otaiza, Luis Tascón y otros combatientes que oficiaron de soplones
y perdonavidas. Ante tal contingencia, el Parlamento debería
instrumentar algún tipo de legislación que limite la glorificación
nacional de truhanes -¿apología del delito?-, sin otra virtud que
su fidelidad a la revolución, solo porque el...
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