La pasión tinta de Julio Iglesias

Se constata que no es un día habitual cuando Julio Iglesias llama al celular y además comienza la entrevista con una advertencia que pronto se desmorona. "Yo no sé nada de vinos", dice y se ríe. Esa es, con certeza, la primera constatación de lo mucho que sabe y que, como buen entendedor, no osaría hacer alarde de su veteranía. Julio Iglesias llama exactamente a la hora acordada y sin preámbulos pone sobre la mesa la bonhomía que le ha ayudado a llegar a cifras tan desmesuradas de ventas que es casi imposible de asir con la razón. "¿Sabes para que sirve el vino, mi niña? Para hablar contigo en este momento". Las grandes pasiones pueden comenzar con una epifanía que deja su marca indeleble en la hoja de vida. "Cuando era joven bebía vinos con gaseosa. A los 27 años, comencé a tomarlos sin ella", recuerda Iglesias de ese comienzo que no delataba lo que vendría. Una noche, recuerda, estaba en una cena en casa de la familia Rothschild. Sirvieron un vino y él comentó, con su compañero de mesa Roman Polanski, lo bonito que era. La anfitriona le cambiaría la vida cuando decidió traer luego otro tinto. "Era un Château Lafite del 61. Allí descubrí lo que era un gran vino", recuerda. Desde entonces Julio Iglesias comenzó a crear una cava particular que podría estar entre las mejores del planeta y que pondría a soñar despierto a cualquiera que comparta su pasión por los vinos. Además, desde el año 2000, decidió ser parte de la bodega Montecastro, apostada en Ribera del Duero en España, cuyos vinos se encuentran en Venezuela. A estas alturas de su existencia, con la bicoca de 300 millones de discos vendidos, hay algo más que haría si fuese más joven. "Si tuviera 30 años, me hubiese involucrado en hacer una bodega y ser wine maker". La historia ahora sería distinta. Todo está en casa. En los años 70 y 80, mientras Iglesias seducía al planeta con sus canciones y vendía cifras imposibles de discos, también se dedicaba a comprar grandes vinos a precios ahora irrisorios. "Siempre que ganaba, compraba y compraba vinos. Como era barato, buscaba los grandes franceses de buenas añadas. Llegué a comprar los buenos Romanée-Conti, Latour y Lafite por 30, 40 y 50 dólares la botella e hice una colección importante", cuenta de los vinos que ahora alcanzan precios tan elevados que ni él los contempla. "Desde los años 90 dejé de comprar los grandes vinos. Ya son incomprables. Me molesta pagar más de 50 dólares por una botella", deja clara su certeza. Claro, habría que...

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