Patear la herencia

Jesús María era el mayor de los hermanos de mi papá y debió haber nacido en el año de la pe ra o en aquel otro en el que la rana echó pelos porque mientras yo agonizaba en el estupor de mi adolescencia ya él se veía muy anciano. La última vez que lo vi fue una noche en el malecón de Macuto contemplando ambos el cielo estrellado y haciendo él comentarios banales. Recuerdo haberle ha blado del terror que sentía Blas Pascal frente al mismo cielo de estrellas y el viejo se me quedó mirando, alelado.Nació pobre, y muy joven se empleó en una carbonería en la Cañada de Luzón; con el tiempo se hizo socio del negocio y finalmente, dueño. Se casó y sólo tuvo un hijo. Amplió la carbonería pero una piedra muy grande empotrada en la pared obstaculizaba el paso de los cargadores y decidió removerla. Pasó días martillando los bordes en horas no laborables para no interrumpir el trabajo y logró finalmente que la piedra cediera. Quedó estupefacto al descubrir que dentro de la pared, resguardadas por la piedra, estaban cuatro botijas llenas de morocotas. ¡Guardó el secreto! No declaró lo encontrado; no dijo una palabra ni siquiera a su mujer. Ocultó el tesoro en el patio de su casa, vendió la carbonería; se fue a vivir a otra parte y se volvió un hombre rico. Lo del tesoro llegó a saberse y cuchichearse y fue codiciado comentario en la familia. Pero se volvió tacaño ¡o ya lo era! mientras su mujer se encumbraba transformándose en una dama de alcurnia, helada y despreciativa, que abandonó el percal para vestirse de seda, lino y organdí. Muy niño visité su casa sólo una vez. ¡Una mansión con piscina y muebles caros! El hijo creció mimado por la fortuna y el padre jamás lo hi zo partícipe de sus negocios ni le enseñó a trabajar. Jesús María murió dos o tres meses después de asombrarse ante el misterio de la noche estrellada de Macuto y ocurrió lo que siempre se ha dicho de los entierros, de los tesoros ocultos: ¡sólo los disfruta el que los encuentra! El hijo ocioso, inexperto, pateó la...

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