Pedro Pablo Paredes

Quizá, la muerte de un poeta sea uno de los acontecimientos más tristes del mundo. Ello es así, pues se pierde, al morir un poeta, la posibilidad de entender la vida en una dimensión que a nadie más le está permitido; esa de encontrar mundos imaginarios de bien que otros no pueden ver. Existe la poesía para soñar con sueños de gloria como quería el gran Heine y, los poetas, para hacernos creer que soñamos esos sueños gloriosos. Existe la poesía para edificar constelaciones de afectos y, los poetas, para ayudarnos a edificarlas. Existe la poesía para fundar universos verbales y, los poetas, para fundarlos con cada palabra. Eso hizo en su larga y magnífica vida Pedro Pablo Paredes, que acaba de dejarnos este 16 de agosto: fundar universos con sus palabras fundadoras, ayudarnos a edificar afectos constelados y, entre tantísimos más, hacernos creer que podíamos soñar con sueños de gloria como quería Heine, gran santón del romanticismo, tan caro a Pérez Bonalde. Vivió 94 años para hacer con ellos una de las más perdurables carreras públicas al servicio de la literatura, su enseñanza, su divulgación, su conocimiento y su creación. Habiendo nacido en Trujillo en la mesa de Esnujaque, el año 1917, se hace tachirense de biografía y corazón. Su incompleta centuria física significa siglos de espiritualidad. A ella dedica sus mejores esfuerzos de creador y de cultor de creadores no teme elogiar a los dignos de elogio, ni privarse de la emoción ante los emocionados, para los que escribirá sensibles emocionarios. Fronterizo de vida y obra, lo quiso así para ganarse la perpetuidad. Cuando los más de su terruño andino anhelaban y buscaban centros para brillar, él encontraba el solaz en su...

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