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La peluca de Miranda

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Vincent

Me pareció que la escena memorable del reciente desfile del 5 de Julio fue el momento preciso en que apareció a solas un muy mestizo Francisco de Miran da con peluquín muy cano y coleta como de brocha de cerdas gruesas. El jinete atravesaba Los Próceres como si se tratara de los cielos inmortales de no sé qué palestra olímpica y su mirada se perdía en un horizonte de posibilidades, como si de verdad el precursor estuviera avistando desde su goleta no la muy indiferente costa de Coro, sino un muy amoscado socialismo de los albores del siglo XXI. No sé si el Miranda de ocasión venía también con cejas canas, porque estaba ladeado como perfil de moneda, pero hubiera sido grandioso que el disfraz cuidara hasta los más mínimos detalles capilares. ¿Quién asume la representación de estas estampas históricas? Me parece que puede ser el papel más digno de estos tiempos de bota militar: me refiero al momento en que cualquier generalote llama a un subordinado y le dice: Mire, Hernández, se acerca el Día de la Independencia y tiene que montar todas las carrozas. Carrozas de qué, mi general Las carrozas del desfile, chico, con Miranda lejos de La Carraca. Sueño con un álbum, o con un documental, o con un simple video home-made, en el que podamos rastrear los últimos 14 o 15 ¿cuántos son? desfiles patrios del 5 de Julio, esa amalgama entre barroca y esperpéntica en la que el estamento militar juega a la representación de lo civil. Porque eso es lo que es: los militares revisando los manuales de historia de escuela primaria y extrayendo cuanta estampita les guste: desde Guaicaipuro entre cornucopias florales o de frutas hasta este Miranda tan redivivo, tan autónomo en su marcha ciega, que llega a convertirse en otro ser. Me recuerdan estas secuelas a otras muy vívidas que me tocó montar en el Bachaquero de los años sesenta, cuando la directora Sánchez, al frente de la escuela José Laurencio Silva, nos vistió de colones y de indios...

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