Perdido entre la decepción y la belleza

Descansar ya no es lo que era. La vida cotidiana, incluso en los llamados días de asueto, está condicionada por el estrés y la neurosis. No me gusta la rutina de mi siglo. Mi reticencia se funda en la creciente inactividad de la memoria. Todas las mañanas me pregunto cómo sería la vida sin la férrea vigilancia de un teléfono celular o el cancerígeno BlackBerry. Me incomoda reconocer que formo parte de una generación anestesiada por Facebook y Twitter. En nuestros días, la felicidad y la desgracia se reducen a 140 caracteres o un aséptico Me gus ta. Google y Wikipedia, entre otros demiurgos, transformaron la experiencia estética en mera información. El sopor del siglo también ha contaminado el diseño y el goce de las vacaciones. No hay lugar para la conmoción ni la sorpresa. El reposo y el placer se vuelven categorías extintas. Contaré un par de casos que resumen mi experiencia de la decepción. Durante muchos años me aficioné a la invención de Florencia. Las imágenes del libro Historia del Arte de Cándi do Millán octavo grado me permitieron trazar un primer borrador. Entender la pintura fue una serie que, alguna vez, publicó El Nacional o la revista Bohemia. Aquellos libros fueron el pilar de mi Florencia personal. Sandro Botticelli se convirtió en ídolo juvenil, en un virtuoso constructor de fetiches. Omnivisión Multicanal, por su parte, presentó un martes clásico La agonía y el éxtasis. Desde entonces, Mi guel Ángel Buonarroti posee el rostro severo de Charlton Heston. Mi imaginario florentino también se enriqueció con la lectura del Dante, Maquiavelo, Guicciardini y, entre otros, el Bomarzo de Mujica Lainez. Florencia fue un compendio de placeres librescos que entre compromisos académicos y limitaciones de presupuesto quedaba demasiado lejos. La Toscana, con el paso de los años, se convirtió en un destino imposible. En aquel tiempo, las vacaciones quedaban en un lugar cercano, despojado de cualquier tipo de romanticismo: Tacarigua de Mamporal, en Barlovento. Belleza y decepción. Visité Flo rencia en el verano de 2007. Una huelga de trabajadores del aseo urbano saturaba las calles de basura. Un mesonero latino contó que, en ese tiempo, existía un conflicto irresoluble entre dos alcaldes de grupos políticos adversos. Los servicios públicos habían sido los principales afectados por el debate. La electricidad vacilaba; al gunas plazas permanecían en la oscuridad absoluta. El Ponte Vecchio estaba rebosado de indigentes y escombros. El Arno era...

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