Perdido, con hambre

Llega gente al país a visitar familiares. Con curiosidad y hambre, buscan restaurantes nuevos. Se pierden, no los encuentran. Uno lo lamenta por la cantidad de cocineros, ayudantes, mesoneros y parqueros que, contentos al comenzar el año, pasan apuros en diciembre. Laméntese también por los co mensales, me susurra el Grupo 800, que recorre la capital tomándole el pulso al negocio gastronómico. Tienen razón. El comensal paga en platos caros las aventuras de las aperturas. Los platos rotos los paga el personal que se queda sin trabajo. Incluya en el lamento a los ar quitectos, decoradores y suplidores, vuelve a susurrar el Grupo. Como en una película de Fellini Âexplican se los ha visto agitando facturas como si fueran pañuelos, persiguiendo a un globo con gente que huye hacia el horizonte. I La cocina de la novedad por la novedad construye templos efímeros del gusto. Llena la ciudad de restaurantes caros, más que para comer, para ver y dejarse ver. Todos, al poco tiempo, cierran. Así, por ejemplo, en Caracas Âponga el lector los nombres de la extensión del fenómeno en la ciudad donde vive cada año las referencias urbanas de los sitios dónde comer se convierten en un laberinto, en el que el urbanita se pierde. II Señor, disculpe, me indicaron que por aquí queda un restaurante con dos estrellas Michelin de un famoso en España. Por aquí no conozco, responde el vecino que vive en la zona desde hace 20 años. Es un sitio...

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