Periodismo gonzo para tragones

Descubrir a Salman Rushdie, a Martin Amis, a Ian McEwan.Convivir durante años entre los peores hooligans de Inglaterra. Ser editor de ficción en The New Yorker, contrato millonario incluido. Escribir uno de los libros de no ficción más importantes de la última década. Ese es el currículo minimalista del estadounidense Bill Buford.El libro se llama Calor.Se dice que es, al mismo tiem po, un perfil del chef Mario Batali, un relato en primera persona desde el infierno de un restaurante famoso, una crónica de viajes por la Toscana, un ensayo sobre la cocina italiana.Y Calor es todas esas cosas, pero prefiero verlo como el ejercicio de periodismo gonzo más lúcido desde los tiempos de Hunter S. Thompson, sólo que sustituyendo drogas por comida. O para ser más precisos, por pasta y cerdo y carne de res.Thompson hizo suya y, po siblemente, exclusiva aquella etiqueta de lo gonzo para referirse al periodismo donde un yo magnificado atraviesa la historia por contar, mediada por la inmersión del autor en un mundo ajeno, al que se llega por experiencias extremas para el cuerpo y para la psique.O algo así. Por eso terminó en cunetas, golpeado por motorizados de los Hells Angels, o inconsciente cada mañana de su vida. Aunque escribió sobre el alcohol tantas veces, todas las veces, hizo pocas menciones a la comida y la más relevante está en su autobiografía La gran caza del tiburón. Ahí dice que el desayuno le importa mucho más que el almuerzo y la cena, que necesita hacerlo sorpresa antes del mediodía y que debe ser pesado porque a menudo es su única comida decente: Dos Bloody Marys, dos toronjas, una jarra de café, crepes, media libra de salchicha o tocineta o carne con chile, un omelette español o huevos be nedictinos, un cuarto de leche, un limón picado para sazonar, un trozo de pie de limón, dos margaritas y seis rayas de la mejor cocaína para el postre ....Hasta 2006 eso fue todo lo que supimos del periodismo gonzo y la comida. Entonces llegó Calor.En 2002 Buford decidió escri bir un perfil sobre Mario Batali para The New Yorker y no se le ocurrió nada mejor que dejar su cómoda oficina de Midtown para entrar en la cocina del restaurante Babo, dirigido por Batali. Babo era entonces el indiscutido gran italiano de Nueva York hoy en día desplazado en fama por Marea y por entrar en la cocina hay que entender comprar Crocs, uniforme blanco y sudar y sufrir cortando zanahorias, pelando papas, botando la basura, quemando trozos de carne y así error tras...

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