La peruana que me odia

No olvidaré esa noche en Madrid. No la olvidaré de mo mento, por ahora, por unos días, ya luego lo olvido todo, por suerte lo olvido todo, cada día me parezco más a mi madre, soy mi madre, que también lo olvida todo y quizá por eso es tan feliz, y entonces, lo mismo que ella, me encuentro hablando amablemente con extraños que para mí no son extraños, son amigos fugaces, provisionales, personas a las que debo decir una palabra de afecto, mirándolas a los ojos con intención amable, caballerosa y no me cabe duda, después de este viaje, que mi madre soy yo y ella vive en mí. Y ahora que mi madre, Doris Mary, un amor, tan linda, se ríe tanto y me manda fotos en las que se ve espléndida y rejuvenecida y adorable, pienso que, a lo lejos, al otro lado del mar, yo también me siento así, muy ella, muy mi madre, y me alegro tanto de ser su hijo y tener la fortuna de conocerla. Pero así como ella se olvida de todo, yo también, no sé si por las pastillas que he tomado o porque es la vejez y son los años, da igual, lo cierto es que ya no tengo recuerdos y sólo me aferro a los sentimientos y por eso me apuro en contar lo que si no cuento ahora después olvidaré. Quiero contar esa noche en Madrid porque creo que fue inolvidable, aunque cuando escribo esa palabra, inolvidable, siento que estoy mintiendo, que soy un farsante, que pronto olvidaré aquella noche y estas palabras también. Esto fue lo que ocurrió y así quiero contarlo, que no es lo mismo: mis amigas de Alfaguara me llevaron al salón Borges de la Casa de América a presentar una novela, Morirás mañana. Era un jueves por la tarde y hacía algo de frío, no se sentía la primavera, y algunas personas amables y confundidas me esperaban. Alguien me presentó de un modo breve y afectuoso, recuerdo que se llamaba Andrés y era guapo y tenía unos ojos muy sentidos, y luego me encontré hablando de cosas lentas, tranquilas, ensimismadas. Por supuesto, no había preparado ningún discurso, no sabía bien lo que finalmente acabaría diciendo, sólo me dejé llevar y recordé y hablé tratando de no envanecerme demasiado, pues ahora creo en los sentimientos y no tanto en las ideas, ahora creo en lo que fluye y es natural y no en lo que se aprende de un modo tieso, impostado, artificial. Y así estaba hablando de por qué había escrito esa novela, Morirás mañana, que es una pregunta que por supuesto no tiene respuesta, cuando de pronto una mujer se puso de pie, ocupó el pasillo central, me miró con el gesto avieso, torcido, y...

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