La perversión de los viejos

Mucho se ha escrito sobre los sinsabores y lacras de la vejez, al parecer in contables y desde luego infinitamente mayores que sus ventajas. Entre estas últimas destacaban sobre todo tres: sabiduría, respeto de los más jóvenes y la llamada dignidad de las canas. La primera hace ya tiempo que se comprobó o reconoció que no existía, es decir, que, o bien estaba ya en cada persona antes de alcanzar la ancianidad, o no hacía acto de aparición con los años. Y es más, a medida que uno los va cumpliendo, no es raro descubrir que sus certezas menguan, lejos de crecer. Quizá en eso consista en parte la sabiduría, en dudar y ver más matices y más penumbras. En cuanto al respeto, eso desapareció de la faz de la tierra cuatro o cinco décadas atrás, y su falta no ha hecho sino ir en aumento. De la manera más contradictoria que cabe imaginar, cuanto mejor se conserva la gente y más le tarda en llegar la verdadera ancianidad, no la del calendario, cuanto más longeva es la población y más le dura la plena posesión de sus facultades, antes se la considera vieja para lo que realmente importa: para trabajar, para intervenir, para aconsejar y traspasar su experiencia. Hay numerosas personas a las que se prejubila con 50 años o menos, y lo habitual es que, con esas edades, nadie les ofrezca ya un empleo. A muchos los aguardan tres decenios o más de estar mano sobre mano, aburridos e insatisfechos, sintiéndose casi parásitos de la sociedad. El pretexto para semejante disparate es que hay que hacer hueco a los jóvenes. Pero hoy son precisamente estos los que se ven más faltos de oportunidades, con trabajos muy precarios y mal pagados, o sin perspectiva, siquiera, de ir a conseguir ninguno, de poder estrenarse en el mundo laboral. Volvamos a la tercera supues ta ventaja de la vejez, la dignidad de las canas. Eso es algo que, con excepciones, también se ha procurado desterrar, mediante lo que llamaría la perversión o corrupción de los ancianos, algo novedoso. Corrupción de menores y de la juventud siempre ha habido, pero ¿de los viejos? Una de las características de esta época haragana y reacia al esfuerzo es la tendencia a persuadir a las personas de que no tienen que avergonzarse ni arrepentirse de nada y deben estar muy orgullosos de como son...

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