Piedad Bonnett: la enfermedad como secreto de la vida

Si es difícil escribir sobre lo que no tiene nombre, qué podría intentar una reseña si no es escribir blanco sobre blanco, como diría Eugénio de Andrade, si no es agregar transparencia a la transparencia. Este libro inclasificable, que rehúye de los géneros, que no es ni novela ni diario ni testimonio, pero también todo a la vez, es el ejercicio de crear extrañamiento frente a lo que no puede ser extrañado, es la tentativa de reconfigurarse frente a una criatura que se desfigura, es la apuesta de trastocar el dolor en belleza cuando todo no puede ser más que dolor: íntimo e intransmisible dolor. La literatura, en este caso, acomete una operación que parece imposible: hacer que la desolación se vuelva senda de comprensión, convertir la tristeza en un espejo de aprendizajes, pensar que la dimensión de lo irredimible nos puede ofrecer algunos dones. Y vuelvo a una frase del gran López Pedraza: la psique evoluciona en función del dolor. Por supuesto que no se trata de suscitarlo, de provocarlo, sino de entender que cuando llega o acaece las lecciones de vida son mayores, deben ser mayores, si queremos obtener algo distinto a la muerte. La condición humana, me parece, reside en todas aquellas tentativas que nos acercan a la vida, esto es, a la significación, a la reinterpretación, pues nada hacemos en el territorio de lo que cesa, de lo que acaba, de lo que cierra el sentido para siempre. Piedad Bonnett ha intentado hallar, ni más ni menos, significación en lo que cesa: lo que ya de por sí es una aventura imposible, condenada de antemano. Este es un libro de la imposibilidad, de las imposibilidades y, sin embargo, ser consciente de ello ya nos trae algo de redención. Vivir es también, de alguna manera, ser consciente de los límites.He tenido la sensación, cómo explicarlo, de que este libro no ha sido escrito. Antes bien ha sido respirado, digerido, sentido. Está hecho con pura organicidad, con pálpitos, con latidos discontinuos. La escritura es la de fragmentos sucesivos, cortos, como fotogramas. No importa la secuencia, el hilo narrativo, la trama; lo que importa son las imágenes, los chispazos de memoria, y esa especie de voz que todo lo enlaza. Voz dubitativa, apagada, adolorida, insegura. Podemos entender que los fragmentos sean breves; lo son porque el relato no es continuo sino espasmódico, aleatorio. Pasado y presente, incluso futuro, forman parte de una sola ne bulosa expresiva, de la que se toman algunos rizos y otros se abandonan. Pero...

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