La piedra

La sabiduría no es comunicable y cuando se intenta comunicar suena siempre a sim pleza. El saber, que es otra cosa, es transferible, pero la sabiduría no; ésta puede vivirse, hacer milagros, sostenernos, pero nunca se puede explicar ni enseñar. Es una de las enseñanzas que se obtienen de la lectura de esa obra hermosa Siddharta del gran escritor Hermann Hesse. En ella Vasudeva, experto en escuchar, recomienda que cuando hablemos con el amigo le oigamos con el corazón en silencio. En esa inmensa obra también se nos plantea cómo podemos aprender mucho del río y que el mensaje de las aguas nos llegará dependiendo de la actitud espiritual que asumamos en la vida. Pienso que las piedras tam bién enseñan y ahora me explico. No voy a tratar el asunto desde el punto de vista geológico, entonces lo explicaré con la reseña de una situación que podría parecer extraña. Sobre una parte de la biblioteca tenía colocada una piedra que traje de un río una vez que visité el campo de un familiar en la población de Upata, mi pueblo natal. Pesa como doce kilos esta piedra y no tiene nada de especial. Nada, excepto que es una roca localizada en Guayana. Es, pues, una piedra vulgar, una piedra cualquiera y nada más. En una ocasión que se pierde en la niebla del tiempo visitó mi oficina de abogado un individuo con quien tenía que conversar sobre un caso que a él le interesaba por las monedas que podía obtener. En un momento dado la observó con desgano y me preguntó qué hacía con esa piedra y en el tono de la voz pude captar, al vuelo, un ligero matiz de burla, ya no hacia la roca, sino hacia mi persona que era el responsable de la permanencia del rústico berrueco en aquel espacio atiborrado de libros. Sus palabras no fueron claras y en lugar de pronunciadas fueron balbuceadas, pero en la expresión de su rostro achatado y feo pude entrever el reproche por la estolidez de tener algo tan inútil que, a decir verdad, no vale ni un céntimo. Pero ya veremos. Asumí como defensa la estra tegia de los silencios calculados y dejé su pregunta insolente danzando en el aire, como si no lo hubiera escuchado. Al desocuparme cerré la oficina y me dispuse a quedarme un rato estudiando un asunto. Ya la policromía de la...

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