La plaza, corazón de la ciudad

Las plazas hablan de historia, acumulan recuerdos, dibujan futuro. Desde los tiempos del ágora, los griegos tomaron sus espacios y las hicieron suyas, hasta que terminaron respirando libertad. Acudían a ellas para saber, para debatir. Fue en un ágora donde Sócrates pasaba días enteros dialogando con sus discípulos y fue también en un ágora donde lo condenaron a ingerir cicuta. Porque la plaza ha sido epicentro de traiciones y desmanes, pero también de convergencia, amores y encuentro. Ese punto de la urbe se ocupó igualmente de lo sagrado, a su alrededor se construyeron templos para adorar a los dioses. Hoy esa impronta cargada de fe la exhibe, como ninguna otra, la Plaza San Marcos del Vaticano. Roma articuló su imperio en torno al foro. Allí se reunía el Senado, se votaba, se llevaban causas judiciales, se hablaba de cultura, se hacían negocios, se soñaba. Fue en el foro romano donde se cremaron los restos apuñalados de César ante una multitud que, exacerbada, le prendió fuego a vestidos, joyas y monedas. Desde ese entonces es mucho lo que han cambiado, pero su esencia sigue siendo la misma. Áreas que se abren entre calles para el contacto, cuando el hombre decide salir de sus propios muros para encontrarse con el otro. Para Ortega y Gasset la ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión... La gente funda la ciudad para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya. Para muchos es un rincón que vuelve la mirada a lo colectivo, lo más cotidiano que tenemos y, de cuando en vez, lo más extraordinario. Fue en una plaza, la Plaza Roja de Moscú, donde el aterrizaje de un avión piloteado por un joven alemán puso en jaque, en...

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