Los plazos cortos de Gustavo Portella

El prisionero rumia su desgracia porque sabe de su cercana libe ración. No está seguro si saldrá de la tortura. Sabe que es un hombre y que su espacio es la prisión. La habita y ya eso es mucho. No busca. No pretende. No pertenece. Su plazo es corto. Su mañana no existe. Dirá sólo palabras para convocar la liberación y para llamar a la perpetuidad. Hace una semana falleció el poeta Jorge Gustavo Portella. Tenía 37 años. Esos pocos le bastaron para cerrar un círculo perfecto. Sus datas fueron escatimadas. Hoy nos llenan de asombro cuando las volvemos a recorrer. Más allá de las cosas que hiciera, escribía. Se supiera o no, escribía. Se comentara o no, escribía. Existía, escribía. Lo hacía para escapar de sus prisiones. Sabía cuáles eran sus enemigos y los despreciaba sin clemencia. Sabía, como si hubiera vivido la larga vida que merecía, que sus detractores ejercían por pequeños y mediocres. La universidad, su ámbito, le enseñó tanto de unos y de otros que rompió relaciones con la madre sin alma, cuando ella fue deglutida por vástagos abominables. El prisionero oculta su libertad. Conquista cinco galardones literarios. Publica siete libros de poemas y dos novelas. Edita dos antologías de poetas contemporáneos 30/50, junto a Miguel Marcotrigiano, y Los prodigios de la cera, del español José María Álvarez. Escribe sobre libros en El Ucabista, su resguardo de arte y amistad, amparado por María Fernanda Mujica. Reserva para un tiempo que él no verá varios libros cuya lectura causará asombro. Mueve a la crítica Héctor Mujica, Magaly Salazar, Rafael Arráiz Lucca, Marcotrigiano, Francisco Javier Pérez y María Antonieta Flores, entre otros, lo celebrarán. La tribu...

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