Pompeyo

A Teo Para ser franco, su muerte me ha dolido de una manera curiosa, como si ya hubiese arreglado cuentas con ella hace mucho. Y no porque haya vivido y hecho vivir, y sufrido también, en demasía. Aunque eso cuente, claro está. Sino porque él la trataba con una enorme naturalidad, la tuteaba, y eso para mí es una disposición definitiva metafísicamente hablando: muerto Dios, los hombres tenemos como tarea primordial la de aprender a morir, a pasar, diría Antonio Machado, sin demasiada alharaca, sin melodrama. Yo recuerdo, y con ello a lo mejor me explico, que el admirable Freud dijo sobre su inminente fin que solo se trataba de una muerte más. En esas tres palabras hay más sabiduría que en cualquier suma teológica, sobre todo el reconocimiento de la inevitabilidad y la banalidad del acontecimiento, así uno sea el padre del psicoanálisis, y una muy democrática solidaridad con la especie. Algo de eso hay en la muerte de quien tanto quise y admiré.Pero también hay otro rasgo que me conmueve, eso tan proclamado y buscado por muchos, vivir con la mayor plenitud posible hasta el final, como si se fuera a existir para siempre. Eso lo decía paradigmáticamente Montaigne, que deseaba que lo sorprendiera mientras trabajaba afanoso en su huerto. Que no todos lo desean, algunos prefieren vivirla plenamente, pero son más bien amantes de lo sagrado, que no se han enterado del magnicidio de Nietzsche. Pero no lo digo porque sea más cómodo y ejemplifique muy bien aquello, que tiene muchísima verdad, que pensaban filósofos helenistas y romanos de que la muerte no existe porque no aparece mientras vivimos y después ya no estamos para observarla. No, lo que hay en esa actitud de real y bellamente humano es ético: servir hasta que podamos.Eso hacía Pompeyo con una rara generosidad y alti vez. De verdad que no se quería ir hasta que hubiese una luminosa mañana en que viese huir a los tiranos que hoy nos humillan, tanto amaba la democracia y la justicia social. No alcanzó a vivirlo. Pero sus tareas políticas no cesaron nunca, y había que cumplirlas. A pesar de los cuatro años sin caminar, las tres diálisis semanales, la audición casi inexistente, la vista muy disminuida, la...

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