Adulación post mórtem

Ni Simón Bolívar ni Hugo Chávez fueron periodistas y nunca tuvimos mejores comunicadores que ellos dos. Con esta falaz y atroz afirmación, Lil Rodríguez pretendió justificar la concesión del Premio Nacional de Periodismo a Hugo Chávez. Falaz, porque entraña una malintencionada identificación entre comunicador y periodista; atroz, porque postula un aberrante parangón entre el Libertador y el paracaidista de Sabaneta.La señora Rodríguez, una fuente generalmente bien enchufada, no puede ignorar que comunicadores somos todos los que hacemos uso de un lenguaje. Sabe que cuando se adjetivó de social el sustantivo comunicación se le dio rango académico a un oficio susceptible de ejercerse en campos tan diversos como las relaciones públicas, la publicidad o la investigación semiótica; y sabe, por supuesto, que el periodista, un comunicador social, desde luego lo cual no implica lo contrario, trabaja en un campo específico de la información cuya labor, en este país, está regulada por una ley excluyente y reaccionaria concebida por quienes ahora, de modo camaleónico y servil, propugnan su derogación, y que precisa, entre otras cosas, el perfil de quienes deben ser merecedores del laurel con que se honra a los mal denominados fablistanes.Esa misma ley los obliga a la colegiatura, sin la cual les estaría vedado ejercer su profesión; por ello, el Colegio Nacional de Periodistas reaccionó ante la displicente decisión de un jurado teñido de rojo que, además de saltarse a la torera normas y procedimientos, obvió la gravísima circunstancia de que el premiado fue en vida un feroz enemigo de la prensa libre y un connotado perseguidor de medios y periodistas, como se evidenció con el cierre de Radio Caracas Televisión o con la presión ejercida para aventar de El Mundo a Teodoro Petkoff, para no mencionar sino dos ejemplos.Chávez era tan comunicador como lo es un animador de televisión, un deportista, una estrella de cine, un payaso o un vendedor; pero, valido de su poder omnímodo, se apropió prácticamente de los medios para, como uno de esos charlatanes de feria que promocionan elíxires y pomadas contra todo mal, ofertar mercancía de segunda mano importada de China, placebos ideológi cos y premios de consolación a cambio de una fidelidad contabilizable en votos que le permitiera apuntalar un proyecto sin porvenir. El panegírico que hace de Chávez una especie de Bolívar zurdo es ya moneda corriente que circula sin pudor entre los burócratas de la palabra...

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