El sueño del príncipe valiente

Así como fue un músico genial, James Brown fue un temperamento imprudente que pres tó su imagen para apoyar la Guerra de Vietnam y la reelección de Richard Nixon. Aquello no debió sorprender a casi nadie. Caracterizado por un orgullo negro curtido en el sur de Estados Unidos durante la era de la segregación racial, conocida como Jim Crow, Brown tenía una obsesión: alcanzar el éxito a como diera lugar. Se hacía llamar el hombre más trabajador del negocio del espectáculo, y porque no quería que nadie atentara contra su sueño, descontaba a sus músicos multas excesivas que sancionaban sus errores. Con esos modales, el hermano número uno del soul Âotro de sus sobrenombres fue alienándose de sus mejores colaboradores. James Brown murió el 25 de di ciembre de 2006; el ex presidente de Estados Unidos Gerald Ford, el 27; Chávez anunció su decisión de no renovarle la concesión a RCTV el 28, y el 31 de diciembre todos nos deseamos un feliz año luego de ver el espectáculo por televisión de aquel Saddam Hussein con la soga al cuello y a punto de ser ahorcado. No es de extrañar que la casualidad haya querido que el carácter de acero de James Brown, obsesionado consigo mismo, armara la retreta para esta hecatombe de figurones. Cuando no se muestran como fuertes, personajes como los de arriba se exhiben en las situaciones más límite y patéticas. ¿Quién puede olvidar, por ejemplo, al comandante Chávez besando la cruz y prometiendo reconciliación tras ser aclamado el 13 de abril de 2002; al mismo James Brown arañado y con el peluquín movido después del último episodio de violencia doméstica que protagonizó en 2004; a George W. Bush frunciendo el ceño para concebir máximas tan geniales como: Yo sé que los hombres y los peces pueden convivir pacíficamente; a Fidel Castro, anciano y raquítico, empeñado en su propia inmortalidad; o a Silvio Berlusconi sangrando a borbotones luego de recibir en la cara una reproducción a escala del Duomo de Milán, modelada en metal macizo? Sin embargo, quizás ninguna imagen periodística produzca tanto estupor y embarazo como la de ese Muamar Gadafi que...

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