Profesores y focas

Tengo un lector o lectora, devoto o devota, que cada domingo religiosamente me insulta. Al prin cipio, mandaba correos largos.

Poco a poco fue cansándose y restándole palabras a cada correspondencia. Con el tiempo todo se ablanda, incluso los más serios rencores.

Aun así, nunca falla. Aunque sea con una línea feroz, lanzada como mensaje de texto desde su teléfono celular, siempre me llega su pedrada. Su queja nunca cambia. No tolera que yo me meta con el Presidente.

Incluso cuando toco otro tema, sus palabras al inicio llegan con un ánimo tramposo, en plan de ya usted ve, se puede escribir sobre otras cosas, pero pasan de inmediato a un regaño admonitorio, previendo de seguro mis próximos pecados.

Recordé esa tradición do minical cuando me senté a encarar la crónica de esta semana. Había pensado escribir sobre las universidades y sus protestas. Hace unos días me crucé con un compañero que da clases en la Escuela de Letras. Compartimos juntos tres cuadras y más de un desaliento. Un profesor como él, con una maestría en el extranjero, que ha leído y estudiado desde el Popol Vuh hasta Ricardo Piglia, que debe mantenerse actualizado, investigando, probablemente gana lo mismo que un motorizado que, con astucia y velocidad, se rebusque varios clientes. Y con esto no quiero decir que un profesor universitario vale mucho más que un profesional de la encomienda motorizada, con una especialización en Yamaha. Sólo digo que probablemente los dos están a la misma distancia de vértigo del sueldo mínimo.

Cuando fui a buscar alguna declaración oficial, comenzaron los problemas. Me tropecé con el ministro Edgardo Ramírez y lo escuché hablar y no entendí por qué tenía que decir tantas veces las palabras comandante presidente. Recordé entonces a mi lector o lectora, devoto o devota, y pensé que quizás estaba dejándome llevar por una pulsión muy personal. Pero no. Lo volví a escuchar y me quedé con la sensación de que el ministro no se aguanta un punto y coma sin soltar la referencia. Un, dos, tres, comandante presidente. Cuatro, cinco, seis: otra vez lo mismo.

Siete, ocho, nueve: ¡de nuevo! En un momento llegué a sen tir, incluso, que tenía un contrato, que le pagan por hacer una cuña. También me pasa con otros funcionarios. Siento que, cada equis cantidad de minutos, en medio de cualquier parlamento, parecen estar obligados a cumplir con una pauta publicitaria: Todo esto que les estoy diciendo es cortesía de. Otra vez con lo mismo. ¡De nuevo! Uno entiende...

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