Promesas de cambio

Debemos apreciar el oficio de los jóvenes debutantes de la cartelera, Alejandro Hidalgo y Joel Novoa. El primero estrena La casa del fin de los tiempos , una modesta película de terror beneficiada por el diseño sonoro de Jacinto González y la fotografía del veterano Cezary Jaworski. El filme tiene el mérito de crear una atmósfera expresionista sobre la base de recursos limitados de puesta en escena, como el uso del fuera de campo y la multiplicidad de perspectivas dentro de un mismo espacio laberíntico. Sin llegar a ser métodos novedosos, cumplen con la función de sostener el dispositivo narrativo de la historia, involucrando al espectador en la intriga por disipar. Los diálogos y las actuaciones complementan el esfuerzo del director por incursionar con dignidad en un género desatendido por la industria nacional. Dos niños sacan a la trama del contexto del encierro, proporcionándole un matiz lúdico a la solemnidad del resto de las acciones. Un par de temblores conmueven los pilotes de la construcción autoral.La interpretación de Ruddy Rodríguez, cubierta por una máscara de látex, derrumba la credibilidad de la producción, llevándola directamente al precipicio de los unitarios de la televisión cutre. El abismo toca fondo en el desafortunado tercer acto, cuando la tensión se desinfla para desplegar otro mensaje aleccionador de la Venezuela edulcorada.El público ríe al escuchar el origen de la maldición de la protagonista. El inmueble fue expropiado por el Estado y rematado a precio vil. Sus compradores son víctimas del embrujo habitado en el inmueble ajeno. Pero es la única mención , de soslayo, a la realidad del país. La ca sa del fin de los tiempos es el ejemplo de una abstracción bien hecha, aunque inocua e intrascendente de raíz.Apenas pasará a los anales del pánico vernáculo...

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