Proserpina

L a publicación de Pro serpina tendrá consecuencias. La primera de ellas, reconsiderar la fi guración que tenemos de su autor, el Armando Rojas Guardia, poeta y ensayista, y que ahora ha publicado este relato escrito en 1984: es tal su virtuosismo, que difícilmente podría pensarse como un hecho aislado en su obra. En los usos narrativos, recurrentes en su poesía y en muchos de sus ensayos, hay numerosos cabos que nos conducirían al corpus de Proserpina.Y hay algo más: Proserpina remite a los procedimientos discursivos de Rojas Guardia, presentes incluso en su modo de conversar sobre ellos refl exiona con rigor, Carlos Pacheco, en el ensayo que se publica hoy en la sección web del Papel Literario. El modo en que Proserpina avanza, cómo lucha con aquello que se propone contar, cómo argumenta, cómo formula y da solución a los nudos del relato Eros y su inesperada potencia ascendente, cómo se conecta con las otras realidades en particular, las realidades literarias, está prefi gurado y ratifi cado en sus poemas y ensayos, previos y posteriores a 1984. Aunque haya sido escrito hace treinta años, o justamente por ello, Pro serpina aparece ahora como una lámpara de potente luz: en tanto que irrupción, nos incita a releer la obra de Rojas Guardia.Proserpina adelanta una historia que tendrá lugar a posteriori la primera frase dice: Proserpina y yo nos conoceremos en una fiesta diplomática. Es un cuento que se realiza en lo que será: una historia de amor que ocurrirá después. Una especie de futurible: puesto que los lectores no sabemos cuál será el destino del encuentro entre el narrador y Proserpina, resulta casi insoportable separarse de su lectura. Como en sus poemas y ensayos, Rojas Guardia contiene sus argumentos. Los deja salir, uno a uno. Nos mantiene en expectación. El primer avance, el establecimiento de alguna reciprocidad entre los amantes, el descubrimiento de significados en la carnalidad de los encuentros, el pacto irrenunciable el aura que se funda en el orgasmo compartido, la palabra impotente ante la soberbia plenitud carnal, todo ello es rastreable, una y otra vez en la poesía de Rojas Guardia: el cuerpo resurrecto que nombra en su deslumbrante poema Escucho a John Coltrane pertenece a su libro El esplendor y la espera , 2000, es irrenunciable a la idea del gozo como un-estar-siempre-ante-los-límites, desa rrollada con morosa erudición en su ensayo El Dios de la intemperie 1985, y comparte su sedimento con Proserpina cuando el...

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