El proveedor sin cara

En el pasado, la sospe-cha era hija de la intuición. El comensal sabía que había que cuidarse de las croquetas ajenas, de la ensalada rusa cuya vida se prolongaba a golpe de frío y mayonesa, y de los mariscos que amanecían después de lunes o feriados.I

Después de la Segunda Guerra Mundial, las alertas en la mesa descansaron en las etiquetas.Los norteamericanos se hicieron famosos por hacerlas tan completas, que uno necesitaba un doctorado en nutrición y biología para descifrarlas.Las etiquetas son hoy tan útiles como las señales de tráfico: sirven según el país donde uno ande.En Europa la industria de ali mentos, los suplidores de forrajes y los productores de comida cotidiana intercambian exámenes de laboratorios, informes químicos y facturas de origen para descargar ante jueces enojados posibles culpas en espaldas que no sean las suyas.Pollos engordados a la ca rrera, químicos en exceso para preservar y hacer la cocina o el almuerzo más rápido y ligero, no dejan de provocar escándalo en Europa, donde el engaño o fraude alimentario se persigue.Los expertos en observar el mundo de la alimentación sostienen que difícilmente aparecerán culpables. Porque el corporativismo, el regionalismo, y al final un nacionalismo...

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