Te quedó buena la nota, carajito

Una voz profunda y reconocible soltó aquellas palabras a nuestra espalda, en el palco de prensa del estadio Universitario. Escribíamos los lineups en el cuaderno de anotación cuando escuchamos el inesperado saludo, la primera de muchas veces.A Beto Perdomo no le impor taba que este columnista tuviera veintipocos años de edad y estuviera dando sus primeros pasos en una carrera en la que él era figura y referente.Allá, por los años 90, siem pre tenía un momento para demostrar su verdadera personalidad, esa que adornaba con la contagiante sonrisa que llevaba a todas partes, a menudo trocada en carcajada.Beto sabía quién era cada quien, incluso los recién llegados al estadio. Y si alguien estaba apenas comenzando, él sabía el modo de hacerle notar que estaba al tanto de su trabajo y de sus primeros pasos.Prefería manejar por su cuenta, sin importar la ciudad donde le tocara transmitir un juego, porque era tan libre como, por fama, desordenado.Pero siempre tuvo los pies sobre la tierra y el corazón en su sitio.Era menos improvisado de lo que hacía parecer. No de balde aprendió el método de Buck Canel, de Juan Vené, de Felo Ramírez, de tantos grandes del micrófono con quienes compartió en la pelota. Todo lo que hacía tenía sentido: sus chistes, su manejo de la voz, los ritmos de su relato y los códigos que supo enseñar a sus colegas más jóvenes.Nunca dejó de dar lo que te nía. La nostalgia de no tenerle comienza por saber que ya no estará entre nosotros esa generosidad suya, tan propia de la venezolanidad que representó y que tanto necesitamos rescatar en estos tiempos duros.Beto no sólo fue un narrador; fue un showman. Como Carlitos González y el Musiú Lacavalerie, tenía esa rara capacidad natural para comunicarse con el pueblo, en la acepción más entrañable de esa palabra; esa chispeante habilidad para...

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