Ramón Vásquez Brito

La semana pasada nos enteramos con tristeza de la desaparición fí sica del maestro Ramón Vásquez Brito. Oriundo del estado Nueva Esparta se destaca desde muy pequeño por una predilección hacia la vida contemplativa al pasar muchas horas en silencio frente al mar. Aunque en aquella época no se tenía acceso en «la isla» a las herramientas necesarias para el trabajo con las artes plásticas, el pintor contaba que su padre siempre le inspiró el compromiso pictórico con el paisaje vivido, consiguiendo los materiales que necesitara para comenzar a desarrollarse en lo que sería uno de sus principales oficios de vida: la pintura. La noticia de su muerte me conmocionó de un modo muy particular. Hace varios años, a pesar de estar sumergida en fervorosas discusiones y problemá ticas del arte actual, me encomendaron un texto sobre su obra para la colección editorial de artistas venezolanos que llevó a cabo Iartes. Preocupada por considerarlo distante de mis expectativas para aquel entonces, dudé en aceptar. La editora me convenció. A ello se le unió la coincidencia de un viaje a la isla de Margarita que alivió las inquietudes y propició el destino común. Tomé mi maleta y me fui a buscarlo en medio del mar. Tal vez una de las cosas que más he agradecido en mi vida fue no detenerme en aquella tonta duda que sentí. Cuando nos encontramos, ya el maestro tenía 84 años de edad y vivía con su hijo mayor en la tierra natal luego de la aventura caraqueña, la docencia en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, los caminos por la abstracción geométrica, el informalismo, el cubismo, el Premio Nacional del año 1950 con la obra Placidez y la Bienal de Venecia...

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