Ratón de biblioteca

Supe que el nombre de Perán Erminy, que veía como firma responsable de artículos de crítica publicados en medios impresos, correspondía a la hechura corporal de ese señor blanquísimo y barbudo, cuando tuve oportunidad de trabajar en la Biblioteca Nacional. Se iniciaba la década de los noventa y Virginia Betancourt, visionaria y ejecutora ejemplar, se empeñó en erigir una Colección de Artes, todas las artes, reunidas, junto con la Estética y la Teoría del arte, para atender las demandas de un público creciente.Esto significó rastrear en los fondos ya existentes, pero además enriquecer las adquisiciones de publicaciones recientes del mercado internacional y fortalecer áreas en expansión en el país, como el diseño, el cine y el pensamiento sobre el arte. Funcionó originalmente en una pequeña sala de la antigua sede del Palacio de las Academias, frente al jardín, pero cuando la Biblioteca se muda a la moderna sede del Panteón, este nuevo servicio ocupó un opulento espacio destinado para tal fin.Desde sus inicios contó con una presencia recurrente, el más consecuente de todos los investigadores: Perán Erminy. Era raro el día que no aparecía por allí, con su discreción característica, con su modestia nunca hizo valer sus credenciales intelectuales para disfrutar de una atención prioritaria, su andar pausado y su voz ronqueta. Llamaba la atención su curiosidad infinita por el saber y el conocimiento de las artes, todas, aunque se le conociera más como crítico de artes visuales. Ni hablar de su interés por la música y por el cine sobre los cuales tenía un vasto conocimiento. Que este señor era una cantera de sabiduría, decían quienes, conmigo, tuvimos la...

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