Rehenes

L eo las noticias y pienso que una ciudad como Caracas debería producir un Quentin Tarantino cada sema na. ¿Qué no haría el cineasta norteamericano con un caso como el del Centro Penitenciario Rodeo? La violencia se nos está volviendo tan familiar que corre el riesgo de frivolizarse, de convertirse en un chiste. Eso también podría ser el indicador de un país: un lugar donde la violencia ya no forma parte del susto sino del entretenimiento. El lunes pasado, en una sala de cine del sureste de la ciudad, se produjo un asalto. Según la reseña, setenta personas fueron robadas mientras finalizaba la película. Los cinco ladrones, al parecer, se colaron como parte del público y, en el minuto planeado, decidieron cambiar el final del espectáculo. La delincuencia invade cada vez más territorios. En cualquier lugar impone sus rutinas. No es el primer síntoma que tenemos de la industrialización del delito en Venezuela. Desde hace tiempo, hay noticias que amenazan cualquier ilusión de reactivar el turismo en el oriente del país. La última que recuerdo es el asalto a un autobús de turistas argentinos en la isla de Margarita. El miércoles de esta semana, en San Fernando de Apure, un comando armado robó una agencia bancaria y, después, por algunas calles de la ciudad, protagonizó una huida que incluyó el lanzamiento de una granada fragmentaria. Ya nada nos asombra demasiado. Precisamente, vemos la realidad como quien observa una película. Esa pequeña distancia es un método de defensa personal. Si te involucras con lo que ves, puedes enloquecer. A la violencia cruda y difícil de tolerar, incluso como noticia, a la violencia que se cuenta con balas y que sólo suma cadáveres en la morgue, hay que añadirle ahora todo un desarrollo masificado del delito. Se trata de una forma de legitimación del acto, donde hay más pensada transacción comercial que grito y que apuro armado. Nadie quiere más heridas inútiles. También la delincuencia necesita separar el negocio y la sangre. Así lo cuenta un amigo: Me agarraron en San Bernardino. Se montaron en la camioneta. No pude hacer nada. Tranquilo, fue lo primero que me dijeron. No te vamos a matar. Querían 100.000; 100 millones de los de antes. Yo les dije que ni de vaina. No tengo eso. Y era verdad. Entonces me dijeron que llamara por teléfono. A ver cuánto consigues. Pasamos 3 horas en eso. Dando vueltas. Yo llamé a...

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