Relato de un feligrés

  1. Este último cuarto de siglo es tuve yendo, con frecuencia digna de mejor causa, según opinan algunos que poco saben de las emociones humanas, al Estadio Universitario, el bar más grande de Caracas, según el maestro Cabrujas. 25 años que me pasaron sin darme cuenta, sin reclamos, a pesar de las malas noticias provenientes del diamante; con la ilusión intacta, sin la necesidad de siquiera una curita, pues nunca hubo lesión ocasionada por las derrotas. Un largo rato, pues, mirando un deporte tan sorprendente para alguien como yo, criado en el fútbol, con leyes tan complejas de entender y aplicar, extrañado siempre de ver que el equipo que ataca no es el que tiene la pelota, y sorprendido, sobre todo, de la tolerancia practicada entre los fanáticos, tan distintos de los del balompié, estos aún bajo la influencia de códigos que prescriben la violencia. II. Un cuarto de siglo, digo, obser vando cómo el estadio inventado por Raúl Villanueva se mantenía fiel a su diseño, con cambios imperceptibles, como la pizarra electrónica, obligación tecnológica de esta época, mientras en el entorno del juego las cosas se transformaban de manera ostensible, muestra de la rareza de este deporte, cuyo atractivo se encuentra, también ¿o más?, en lo que ocurre fuera del terreno de juego. Todos estos años, los pasé, pues, mirando cómo se pasaba de las papitas a un menú amplio de comida que incluía hasta comida árabe, y de la exclusividad de la cerveza, a la competencia de la sangría y el whisky, bebidos en grandes cantidades, y que producían borracheras tranquilas, buenas, apenas, para aliviar derrotas y exagerar la contentura por las victorias, además de multiplicar la necesidad de vaciar la vejiga y verificar, de paso, que los baños daban pena a la altura del tercer inning, evidencia de la precariedad de nuestra cultura ciudadana, al igual que la compra-venta de entradas y el acceso al estadio, puesta en manos del neoliberalismo salvaje, a pesar de los avances logrados gracias a Internet. Transcurrieron más de dos décadas oyendo, así mismo, conversaciones, paralelas al juego, sobre política y sobre sexo, comida hindú o economía, o escuchando extrañas y frecuentes lecciones sobre este complicado deporte, por ejemplo, la explicación dada a un argentino sobre lo que es un fly...

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