Relatos de coreógrafas

La coreografía se asume como la expresión suprema de la praxis de la danza. Acto elevado de escritura de movimientos, al decir de la etimología de la palabra, en un tiempo y un espacio determinados. Medio de expresión de sentimientos fundamentales, y propiciador de formas estéticas elaboradas. El lenguaje habla por el coreógrafo. La personalización de su vocabulario lo identifica. La acción, como preconizaba Noverre, resulta fundamental en la danza. No hay movimiento sin razón de ser. Se origina de un impulso y debe conducir a algún lugar. El coreógrafo es a la danza lo que el dramaturgo al teatro. Teorizar sobre la coreografía no resulta un acto vano. Por el contrario, constituye un ejercicio vital en la configuración definitiva de una obra de danza. También representa un acto de creación autónomo a partir de una acción escénica precedente, además de intermediar entre el creador emisor y el espectador receptor. Este oficio no pertenece exclusivamente a terceros ajenos al ritual del movimiento. Igualmente, puede formar parte del compromiso del propio coreógrafo con su obra y con quien se acerca a ella para apreciarla. Tres coreógrafas ejemplares reflexionaron sobre sus particulares visiones de la creación de movimientos y lograron convertirlas en lúcidos textos literarios y hacerlas universales. Doris Humphrey, la bailarina estadounidense integrante de la generación gloriosa de la danza moderna, sentó cá tedra inicial con su libro El arte de crear danzas 1959, tratado de composición cercano a los coreógrafos vistos como autores, a quienes califica de seres especiales. Generalmente es abordado como un bien concebido manual de...

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