Las respiraciones de Ernestina Salcedo Pizani

Apasionada de la poesía mística española, alcanzaría sabiduría profunda en fray Luis, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Estudia el Quijote y propone lecturas que nunca antes habían sido posibles en nuestras aulas universitarias. Que vedo, Góngora y Lope serán compañías permanentes. Dedicará muchos desvelos a estudiar al poeta filósofo Miguel de Unamuno, del que se hará especialista estrella en el país compartía este magisterio con su amigo el padre Basilio Tejedor. Cautivada por la mejor poesía venezolana, escribirá algunas de sus más sentidas páginas al tratar de explicar al poeta pintor Manuel Felipe Rugeles hijo como ella de su tierra andina y al pintor poeta César Rengifo quien ilustrará la portada de alguno de sus libros. Emocionaria, la experiencia española marcará también su trayecto de escritora. Condicionada por la presencia de España y atravesada por la ausencia venezolana, sus libros Nol y Yaubrala le abrirán espacio admirativo en la prosa de reminiscencias. Por amor y oficio de la palabra, ejercerá rol memorable como presidenta de la Asociación de Escritores de Venezuela. La Academia Venezolana de la Lengua la había elegido en diciembre como Individuo de Número, pero el tiempo le escatimó el honor de su incorporación. Maestra en el raro arte de comunicar el valor de la palabra poética, sus respiraciones eran asunto de particular estilo. Respirada hondamente eran, hoy lo sabemos, los hondones a lo Unamuno, para poder cargarse de los afectos de la palabra y congeniarlos con el dolor de la literatura. Gracias a estas respiraciones transmitía la verdad literaria. Respirar así era una forma de enseñar. Manera única para hacer sentir a su público...

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