Los riesgos del mito

El mito arraiga mucho mejor en las sociedades en las que persiste un profundo sustrato rural, y es allí en ese sustrato donde también crece con renovado verdor la figura del caudillo.Rascacielos, carreteras de altas velocidad que se cruzan en complicados nudos, enjambres de antenas parabólicas, pero la sociedad rural sigue allí, trasladada a las colmenas bullentes que son las barriadas de los cerros de Caracas.Mito y caudillo se encuen tran en la muerte. El cielo se puso rojo. Estaba haciendo calor, bajó la neblina y llovió.Dicen que fue justo cuando murió Chávez, afirma una mujer que hace fila pacientemente bajo el sol para ver por última vez a su líder benefactor. Un temblor de magnitud 4 en la escala de Richter se sintió en Caracas el mismo día de los funerales de Estado, comenta otro de los que esperan ver cumplida la gracia de contemplar el rostro del caudillo tras el vidrio del féretro. Está bello, ha rejuvenecido, dice otra mujer al salir de la capilla ardiente. Parece que está a punto de hablar. Un cometa ha dejado su estela en los cielos lejanos.No en balde María Lionza sigue reinando desde los cielos en Venezuela, montada a pelo en el lomo de una danta, la deidad campesina dispensadora de bienes cuyo culto nació en Yaracuy para extenderse a la nación entera, campos y ciudades. Y, sin duda, el comandante Chávez, gracias a esa eternidad que sólo crea la magia de las mentes, entrará en el santoral al que pertenece el doctor José Gregorio Hernández, el médico entregado a los pacientes pobres, y muerto a una edad parecida, frente a cuyo retrato se encienden velas y se elevan plegarias porque, además, desde esa eternidad alimentada por la devoción se quedó haciendo milagros en beneficio de los suplicantes.Para pasar a los altares po pulares habrá sido necesaria en vida el aura del carisma, que empieza por el magnetismo personal, por la memoria para recordar nombres, por el don de la oratoria que electriza porque polariza mandando a la hoguera a los adversarios.No quedaría en el alma colectiva donde se engendra el mito alguien que pronunció en vida discursos aburridos y monocordes, que no cantó y bailó en las tarimas, que no sabía de memoria las tonadas llaneras, que no desafió gallardamente al gigante de siete leguas. Pero, sobre todo, al caudillo muerto se le recuerda como uno recordaría a su propio padre, bondadoso, dispuesto a extender la mano para colmar de dones a sus partidarios, y, al mismo tiempo, decidido a castigar a los...

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