Rigor mortis: Carlos Salazar Lermont

E lla regresaba a casa. Era una tarde lluviosa, de los palos de agua que colman de lentitudes a las inundadas calles de una ciudad tan desatendida como Caracas. Tomó un desvío para evitar la cola y en lugar de seguir por la autopista del Este vía Chacao desde San Román, giró hacia Las Mercedes. Allí tomó la conexión sobre el Guaire que la llevaría a la autopista Francisco Fajardo vía Oeste y en ese lugar ancló con el retorno que conecta con la avenida Andrés Galarraga.No pensaba en nada; hacía, lo que hacen la mayoría de los conductores detenidos en el tráfico, escuchar las noticias, mirar la noche, revisar el teléfono, divagar. De pronto, en la pesada marcha, un estruendo reventó en su vidrio. Volteó. Con dificultad comprobó en medio de la lluvia que el parrillero de una moto, sin motivo aparente, lanzaba fuertes golpes sobre el cristal de su ventana, con el puño totalmente desnudo. A la ingenua pregunta ¿pero qué pasó?, el arrebato del hombre estalló en cólera y entrompó con mayor agresividad sobre el vidrio a punto de estallar. Ella se llevó las manos a la cabeza, como protegiéndose. La rabia seguía sobre el auto, consecuente, ciega, ensordecedora. De pronto la cola avanzó y los motorizados continuaron su camino.Allí, en la parálisis del trauma, comprendió que todo se había debido a la obstrucción de un paso que el avance de la camioneta de al lado y el de su propio carro habían ocasionado para la libre circulación de aquella moto; nada más.Llegó a su casa. Por varios días la persiguió la idea de lo que hubiera pasado si el vidrio se hubiera roto. En instantes dudó sobre el mejor desenlace. Incluso masajeó la sensación de que si le hubieran pegado directamente a la cara no hubiera visto nada, solo hubiera sentido los golpes.La presencia de ese vidrio aquella noche convirtió el hecho en un suceso aterrador. A través de esa pantalla pudo contemplar la desfiguración violenta de las facciones del motorizado, el puño desnudo golpeando por fuera y por dentro de su cabeza, las gotas de lluvia bajando sobre la cerrada noche de desasosiegos que se unen... En ese azar tuvo frente a sus ojos, al lóbrego y voraz frío de la muerte.Al igual que ella, él también ha vis to la voracidad de ese puño, de esa muerte que anda rondando calles, ramas, seres, esquinas, poderes, pueblos, intimidades, intersticios. Una parte...

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