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El séptimo no debió jugarse

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Vincent

Lo que ocurrió en el gimnasio Luis Ramos de Puerto La Cruz en el séptimo juego de la final es otro ejemplo de que el venezolano no acepta, ni cerca, a las personas que piensan distinto, o que defienden un color diferente al propio. La tolerancia no existe en este país.El séptimo juego de la final, a nuestro juicio, no tenía las condiciones apropiadas para que se llevase a cabo.El ambiente antes de iniciar el partido adelantaba que el desenlace iba a tener a la violencia como invitado especial.La gente rompió dos rejas en el gimnasio e ingresó a la fuerza. Todo Anzoátegui quería estar en La Caldera del Diablo para el encuentro contra Cocodrilos y utilizaron todos los medios posibles.El vetusto recinto, que paradójicamente queda a pocos metros del estadio José Antonio Anzoátegui, una de las joyas que dejó la Copa América 2007, tiene una capacidad para 5.500 personas. Ese día, quizás, el aforo se duplicó, pues la gente se guindó hasta de los ductos del aire acondicionado.Insistimos en que el juego no debió llevarse a cabo no sólo por la sobrepoblación en el recinto, sino porque tampoco hubo un dispositivo de seguridad importante, ni de Marinos ni de los cuerpos policiales.El encargado del sonido interno, dos horas antes del juego, le pedía apoyo a la directiva del equipo para que le despejaran su área de trabajo en las gradas.Amenazó con recoger sus cosas e irse porque la gente arropaba todo espacio disponible y con él no tuvieron contemplación.Después, cuando el árbitro estadounidense Derek Richardson sancionó al estratega Henry Paruta con un técnico a falta de 3,6 segundos por jugar, se desató el apocalipsis.Oscar Torres corría desesperado para rescatar a sus padres que estaban sentados en el palco de personalidades. José Grillito Vargas hacía lo mismo, esquivando las botellas de vidrio que caían de las gradas.¿Es...

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