La sabiduría de los clásicos

Revisar los clásicos permite comprobar la universalidad de los problemas básicos que marcan la existencia del género humano. El cine, con la elocuencia de la imagen, ilustra momentos históricos con características especiales y muestra realidades que pueden parecer superadas sólo en la superficie.En un ciclo del cine italiano pude confirmar esa teoría ante la frescura y terrible actualidad de Milagro en Milán, obra maestra del neorrealismo filmada en 1951 por Vittorio de Sica. La posguerra estaba en total vigencia, la miseria de los sectores más desposeídos era inocultable; y no caprichosamente Vittorio De Sica ubicaba la acción en la próspera Milán. Allí llegaba, después de haber pasado su niñez y pubertad en un asilo de huérfanos, Totó, un ser angelical, bonachón, puro, noble y solidario.Un niño que había sido recogido por una bondadosa anciana que, al morir lo deja en manos de inspectores municipales.Totó saluda a todo el mundo, es confiado, ingenuo, compasivo y buenazo a carta cabal.Un encuentro casual con un mendigo ladrón lo lleva a ese páramo de casillas precarias donde un ejército de pobres vive...

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