SAC

Conocí a Simón Alberto Consalvi en los años en que yo trabajaba para Monte Ávila Edi tores, muy a comienzos de la década de los noventa. Él era por aquel entonces embajador de Venezuela en Washington y yo, en cambio, un recién graduado, y a pesar de tan abismales diferencias, entre ambos comenzó a anudarse una amistad que giró en torno a un libro que MAE acababa de editarle, y que recuerdo haber leído con el desvelo con que suelen leerse los buenos libros: La paz nuclear, un análisis de la situación mundial, cuyo título no podía resultar más atractivo a la luz de los desenfrenos planteados por lo que había sido la rivalidad entre las dos potencias más colosales del planeta durante los delirios de la Guerra Fría.Quiso entonces la casuali dad que, dos años más tarde, mis estudios de posgrado me llevaran hasta aquella ciudad a orillas del Potomac y, desde luego, a reencontrarme con quien continuaba siendo nuestro embajador en aquellas latitudes. Nunca han sido fáciles las tareas para ningún embajador en la capital del Norte; pero algo que sin duda se abona a su cuenta particular es que, al margen de los temas que marcaban en aquel tiempo los insólitos vaivenes de la dinámica diplomática, Consalvi le robaba horas a la noche para encaminar tres largos estudios que, a la larga, formarían parte de su extensa obra bibliográfica.No es la menor de las arti mañas poder vencerle al reloj en Washington, y así, de esa disciplina abacial con que SAC asumió siempre el oficio de escribir, surgió su ensayo sobre Pedro Manuel Arcaya y la crisis norteamericana de los años treinta; Hombres en su punto, un díptico sobre las que fueron quizás las dos grandes figuras que dominaron la diplomacia venezolana del siglo XIX, Alejo Fortique y Rafael Seijas, y su Cleveland y la controversia VenezuelaGran Bretaña, donde a par tir de los papeles personales de aquel presidente, Consalvi vino a ponerle un eslabón más al estudio de la reclamación venezolana sobre el Esequibo.Por si fuera poco, tuvo el ri gor de cultivar un género algo ajeno a nosotros: un diario, el Diario de Washington, donde fue consignando pacientemente los grandes momentos de aquel...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR