Sala de espera

La llamada revolución bolivariana rescató, desde el fondo de la historia, el caudillismo. Refundó el personalismo como sistema político y como valor de la identidad nacional. Recuperó la experiencia militar como eje fundamental de la sociedad. Ese era su proyecto. En eso andaba. Hasta que, de pronto, apareció un quirófano. El tema de la enfermedad del Presidente, más allá de sus posibles desenlaces en cualquier ámbito, abre la oportunidad para mirarnos como país, como parte de un largo proceso en el cual Âcomo ha señalado Ramón J. Velásquez el venezolano asume siempre el gesto arbitrario, la conducta impositiva, el exagerado cultivo del personalismo que marcó toda la historia de la vida republicana. Se trata de un tema tan nuestro como el café o los Diablos de Yare. Luis Britto García, en sus investigaciones sobre el caudillismo populista venezolano, escogió la metáfora de la máscara para proponer una radiografía de esa fatal dinámica entre una sociedad y su caudillo: Mientras busquemos el poder a través de la máscara, la máscara nos tendrá en su poder. Si algo puede definir, sin nin guna duda, a la quinta república es el personalismo. Durante estos doce años, hemos estado sometidos Âdesde diferentes bandos a una constante sobredosis de Chávez. Nunca antes, creo, el culto a la personalidad había sido un programa oficial con dimensiones estrambóticas, un exceso religioso, un derroche planetario. La enfermedad de Chávez ha desnudado la enfermedad del país. Somos víctimas y cómplices de un caudillismo terminal. Se trata de una circunstancia personal que, a la vez, puede ofrecernos una mirada sobre nosotros mismos, la posibilidad de pensarnos desde otro lugar. Estamos frente a un espejo. Por un instante, de pronto, estamos solos frente a un espejo. Podemos pasar de largo, seguir cantando himnos, continuar gritando consignas a favor o en contra. Podemos también detenernos a mirarnos y hacernos preguntas. Una de las consecuencias más claras de la enfermedad del Presidente es que ha dejado a su propio gobierno sin mensaje. De pronto, ante el país, el oficialismo sin Chávez parece ser un vacío. Si no grita: Pa?lante, comandante no suena, no tiene mucho más qué decir. Basta ver lo que ha pasado con el discurso oficial, voceado y pregonado por el gran monopolio mediático del PSUV en todo el país. De repente, la oposición pasó a convertirse en el mensaje...

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