Saramago hizo apremiante El manzano azul

Entre la rabia y la ternura, como diría Alí Primera, Olegario Barrera na cido en las islas Canarias en 1947, inmigrante en Venezuela 9 años después llega a su sexto largometraje. La identificación que despiertan sus cálidos personajes, así como una decidida toma de partido por los eslabones más débiles de la cadena social un legado de su padre, que le puso a leer El capi tal de Carlos Marx cuando era niño, han caracterizado a la filmografía del director, que en el pasado siempre había adaptado ideas prestadas: bien de la literatura de Antonio Skármeta Pequeña revancha, de 1985 y Gabriel García Márquez Ope ración billete, 1987, y Un domingo feliz, 1988, o la drama turgia de Rodolfo Santana Fin de round, 1992, y Una abuela virgen, 2007. Con un núcleo argumental que recuerda a la comiquita Heidi, con la diferencia de que los cacheticos rosados son los de un niño interpretado por Gabriel Mantilla y el abuelito nada menos que Miguelángel Landa no tiene su casita en Suiza sino en Mucuchíes, El manzano azul expuso a Ba rrera por primera vez como autor de la historia que narra. Desde el próximo viernes quedará para el espectador el juicio de qué elemento está mejor logrado: la ternura o la denuncia. --El manzano azul comien za con un niño, Diego, que se descubre en Mérida sin electricidad, Internet ni señal de celular. ¿Seríamos más felices con menos aditamentos? --No estoy en contra de la tecnología, porque es inevitable, aunque igual no puedo entender a la gente que va al cine y pasa la mitad de la pe lícula contestando mensajes. Lo que sí creo es que cada vez le dedicamos menos tiempo a la comunicación real: la que se produce frente a frente, la de mirarse y tocarse, la de aquí y ahora. Para mí como director era beneficioso que no hubiera electricidad ni Internet, porque así el niño no tenía oportunidad de encerrarse en eso...

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