Sed de recompensa

Históricamente, el lujo ha demostrado que se comporta como un corcho. Jamás se hun de ni desaparece para siempre. Como máximo a veces se sumerge, queda fuera de la vista, no se exhibe. Pero siempre sale a flote. En los productos de lujo hay una relación fantástica con el tiempo. Una vajilla, una botella, un cristal, un objeto para el bar, la mesa o el escritorio sobreviven a la moda porque superan la inconsistencia de lo efímero. Como antítesis de lo pasajero, el lujo es un valor de consumo cada vez más extendido, más conoci do, más expuesto, más buscado. Mientras economistas y políticos no saben qué hacer con la crisis, la gente que genera lujo sigue apostando a expandir el deseo y el negocio. I En el pasado, cuando la aristocracia era la dueña del lujo, encargaba sus antojos a anónimos artesanos que convertían el deseo en objetos, en tesoros grandes o pequeños. Después, la nueva noción del lujo convirtió al artesano en protagonista. El creador libre e independiente, productor autónomo de cosas que se consideran excepcionalmente buenas, fue sacado del anonimato. Sus nombres pasaron a ser marcas, referencia. Semanas atrás, observando en Francia a unos artesanos del tallado en cristal construir un de cantador de excepcional belleza para un whisky único, carísimo, pedí un comentario sobre el lujo en los tiempos que corren. El maestro Huteau me invitó café y coñac en el café des Musées, en Marais. Es un bistró clásico parisino que de lujo no tiene nada. Observe el...

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