Seres irrepetibles

La muerte es esa hora oscura que se cita con el azar en cualquier esquina. No sería exagerado decir que la muerte es pura y simplemente el proceso en que la vida se transforma en memoria. Con Simón Alberto Consalvi, historiador y por tanto infatigable indagador de memorias, el azar le dejó toda la mañana para que llegara al periódico, conversara con un grupo de jóvenes reporteros y luego se sentara en su oficina a imaginar el editorial que escribiría esa tarde. Después se marchó a su casa a descansar.

La muerte respetó esas últimas horas, prolongó su espera hasta que supo que Simón Alberto estaba plenamente satisfecho con el editorial que sería publicado el día siguiente. Luego lo atacó miserablemente a traición, en un corto momento de soledad cuando lo sabía indefenso y sin capacidad de pedir ayuda.

Queda en el aire la interrogante sobre por qué la muerte fue débil y condescendiente y lo dejó escribir y corregir hasta el último párrafo del editorial o si privó el respeto por aquella vida que hizo del periodismo y de la lucha por la libertad de expresión el objetivo central de su existencia.

Mientras en la historia del periodismo de este siglo han ido quedando a la vera del camino cadáveres insepultos que una vez fueran presidentes del gremio periodístico y que hoy son vulgares mercenarios que defienden a un gobierno corrupto, existen ejemplos de hombres que como Simón Alberto jamás se dejaron doblegar por ir a la cárcel, ni se volvieron una piltrafa haciéndole carantoñas a este régimen militar.

Simón Alberto Consalvi se mantuvo tranquilo y alejado de la política cotidiana por cierto tiempo, pero entregado en cuerpo y alma a la investigación histórica para hacer luz y colocar al descubierto las...

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