El silencioso oficio de editar

Aunque destinada a una pequeña parte de la población, en su comerciali zación en formato libro la literatura no puede abstraerse de las leyes que se aplican a otras mercancías. Sin ponerse demasiado profundo, digamos que cada obra literaria tiene un valor específi co y otro simbólico. En el caso de los bestsellers, por ejemplo, se trata de libros destinados al entretenimiento y la dispersión, y allí reside su efectividad, pero nadie en su sano juicio iría a vanagloriarse en público de estar leyendo el último Dan Brown. Con cierta literatura de autores cuya relevancia está fuera de discusión Proust, Joyce, Kakfa, Beckett, Nabokov, Faulkner, por mencionar unos pocos nombres pasa todo lo contrario: más allá de cuánto se lean efectivamente, uno podría disfrazar su ignorancia utilizando sus apellidos como clave de ilustración y buen gusto. Pero a pesar de que estas categorías suelen ser puestas una frente a la otra como representaciones de valores contrapuestos, lo cierto es que tanto la literatura culta como la de masas coinciden en el atributo de la honestidad.Una tiene como fi n entretener, la otra no. Una demanda un esfuerzo intelectual determinado, la otra no. No pretenden invadir el territorio de la otra.Pero hay una tercera catego ría, creada por autores pero sobre todo maquillada por los editores, que algunos llaman literatura de calidad, y en verdad son obras concebidas con la prolijidad y el profesionalismo de un bestseller pero que pretenden pasar a la posteridad como libros de verdadero valor literario. Escritores que se convierten en...

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