El sobrino de la tía Neva

No hay como una tía creativa para que el país de la infancia sea otra cosa. Eso lo sabía Ray Bradbury, uno de los escritores de literatura fantástica más influyentes del planeta, quien escribió infinidad de textos para saldar una vieja deuda con esa dama tan peculiar de su niñez. El miércoles pasado partió definitivamente a los 91 años de edad. Es probable que ya se encuentre donde siempre quiso estar. La tía Neva era diez años mayor que él y en el pueblo de Waukegan, Illinois, de donde provenía la estirpe, era conocida como la loca de las calabazas. Cada 31 de octubre, cuando llegaba la última hora de la tarde, salía del brazo de su sobrino Ray a recoger calabazas y espigas de maíz para celebrar ritos mágicos e invocaciones a criaturas de otros mundos. Ray Bradbury contaba con su consentimiento para aterrorizar a las visitas. Todos los mundos del arte y de la imaginación fluyeron en mí a través de ella Âconfesaría más tarde el escritorÂ, pero especialmente me puso en contacto con el País de Octubre, un año empaquetado en un solo mes, un clima sobrenatural por el que todavía suelo caminar. Quien repasa la obra de Brad bury descubre el dulce olor del más allá que debieron tener las faldas de la tía Neva. La clase de horror que ha comunicado a sus personajes, a la trama de sus historias, a su escritura perfecta, proviene sin ambages de ese territorio impreciso entre el Bien y el Mal que aprendió a reconocer cuando era niño. También pesaron las primeras lecturas, esas que marcaron su carácter como si hubiera estado expuesto a un contaminante mineral extraterrestre. Cuando Ray Bradbury tenía 7 u 8 años de edad comenzó a leer revistas de ciencia ficción que olvidaban los huéspedes en la pensión de sus abuelos en Waukegan, Illinois. En esos años inolvidables descubrió a Hugo Gernsback y sus Amazing Stories, que comenzaron a desvelarlo con portadas como llamaradas. Poco después accedería a Buck Rogers, hacia 1928. Sus padres creían que se había vuelto loco. Devoraba aquellas historias con una intensidad enfermiza. Difícilmente uno se encuentra con una fiebre así otra vez en la vida, de esas que te llenan el día completo de emoción...

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