Socios disociados

Los dueños del fútbol venezolano manejan una empresa en peligro constante de bancarrota. Las cuentas no cuadran, algunos miembros padecen crisis económicas de difícil solución y muchos de sus trabajadores regresan cada día a sus casas con el desaliento dibujado en sus caras largas. Como una fami lia disfuncional, la basura se esconde debajo de la alfombra y los problemas se lloran en la soledad de los cuartos. A nadie le importa lo que sucede al otro. Priman los intereses propios. Miguel Mea Vitali, capitán del Deportivo Lara, confesaba la semana pasada que compañeros suyos se alegraban de concentrar unos días en Acarigua para poder comer tres veces al día. El equipo que lo ganó todo un par de meses atrás, teme mirarse al espejo: la imagen reluciente, de frac y de levita, derivó en un cuadro desalentador, inimaginable hace unas cuantas semanas. Parte de la deuda fue saldada el viernes pasado al tiempo que se instituía una nueva junta directiva, pero desaparecerá la filial de segunda división para ajustar el presupuesto. El resto da la espalda. Clubes, dirigentes y futbolistas miran hacia otro lado. No es con ellos el problema. La visión mezquina y poco solidaria dirá que es un rival fuerte por los títulos que ahora estará debilitado. Y los colegas de la pelota mirarán porque sus quince y último estén garantizados. Qué más da la suerte del otro si la bonanza cae de mi lado. Estrechez de miras. La vaca suele olvidar fácilmente el tiempo en que fue ternera. El torneo local no es un ecosistema sano. En el entorno conviven planteles sin metas comunes, planes conjuntos o estrategias de desarrollo que blinden al producto y lo hagan sólido. Aunque la mayoría no repare en ello, por cada institución que naufraga o desaparece todos sufren un golpe...

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