Sonia

Es posible que cuando Cecilia se alejaba en dirección a la cocina para supervisar el almuerzo o en busca de privacidad para atender una llamada telefónica, el ex presidente Pérez aprovechara el clarito para rogar a su visitante que favoreciera su anhelo de morir en Venezuela. Esto se colige porque durante esta semana hemos escuchado varios amigos de Pérez manifestar su satisfacción por hacerle cumplido, al menos en parte, al haberlo dejado al arbitrio de la historia, en una tumba en Caracas. La víctima del golpe de Estado del 92 no falleció en su país, pero sus restos regresaron y ya reposan en tierra patria. Quienes se atribuyen el alba ceazgo de la terca voluntad de Pérez de descansar en Venezuela son sinceros. Probablemente ignoraban que el desesperado ruego había sido susurrado a otros más, en quienes el presidente Pérez también confiaba. Por alguna razón, sabía que la repatriación de sus viejos huesos no sería asunto fácil... ni módico. Entre los adalides del retorno, que algunos comparan con la cabalgata triunfante del Cid, un cadáver amarrado a la montura, nadie ha trabajado tanto como Sonia Pérez Rodríguez, la primogénita. El padre la trajo de regreso a Venezuela en 1959, tras el exilio en Costa Rica, a tiempo para inscribirse en primer grado de primaria; y ella tenía que hacer lo propio ahora que Carlos Andrés inicia el camino de la valoración histórica, uno sobre el cual no pivotarán pasiones ni mezquindades, una ruta que nadie podrá secuestrar ni interrumpir con los cauchos quemados de la maledicencia. Carlos Andrés ha quedado solo con sus actos y con las verdaderas dimensiones de su figura. Es un recién nacido en la muerte; y era determinación de la hija hacerlo nacer a la muerte en Venezuela. A Sonia casi no la hemos visto en declaraciones públicas. Es una mujer de notable inteligencia, ingenio y sentido del humor. Entre sus rasgos más notables están su sobriedad y discreción. Cuántos agravios estarán ocultos en la leve sombra de su sonrisa; cuántos apoyos se habrá quedado esperando; cuántos gestos de conde na habrá contemplado atónita; cuántas espaldas altaneras habrá observado mientras quedaba en el descampado, traicionada y dolida. De nada de eso habla. De su padre aprendió a...

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